miércoles, 15 de septiembre de 2010

La fábula de ti fabulando acerca de otro contigo en la oscuridad.*


El 6, 7 y 8 de agosto en la sala principal del Centro Municipal de Exposiciones (Subte) se presentará nuevamente el espectáculo de danza titulado Compañía, concebido y dirigido por la bailarina y coreógrafa Carolina Silveira. Estrenado en abril en el Ciclo Montevideo Danza 2010 y presentada luego en la 3ra Convención Nacional de Danza, esta es una nueva oportunidad para el público montevideano de apreciar una obra que merece ser vista. Para la creación Compañía, Silveira partió del texto homónimo de Samuel Beckett llegando a una obra compacta, límpida y sustanciosa, de esas que escasean en la escena nacional.

La soledad en el territorio de la imaginación.
La historia, si la hay (eso queda a criterio del consumidor), es aparentemente sencilla, dos personajes, que pueden ser hombre y mujer, se buscan y se repelen en medio de las vicisitudes de sus laberintos imaginarios. Todo, tutelado por la presencia contundente y por momentos superyoica de la directora-bailarina, que dirige desde la escena, borrando el límite entre la realidad y el espectáculo en el propio acto de explicitar con su presencia la naturaleza de la representación. Los bailarines, no menos contundentes y virtuosos, desafían las leyes de la materialidad del cuerpo, en un juego conmovedor de atracción y escisión. Una concepción cíclica del tiempo colabora para la consecución de los diversos momentos, que coloca en el espectador la idea latente de que cada desenlace es un nuevo comienzo. La obra casi no trastabilla, la directora y los bailarines saben en todo momento a dónde quieren llegar (por eso lo de compacta) y al mismo tiempo la propuesta es simple y no tonta, esas virtudes magistrales de las síntesis como final (por eso lo de límpida y sustanciosa). A esto, se suma la armonía en los demás elementos escénicos, vestuario, iluminación, escenografía, ambientación sonora, que junto con el planteo dramático, completan la sutil batalla de esta puesta. La soledad y su reverso, la zanja imborrable entre uno y el otro y el “infatigable deseo” como dice Badiou**, parecen ser al igual que en Beckett, los temas que quedan rondando en el aire una vez que la función termina.

El eco de los clásicos.
Según la directora la idea general surgió de dos textos de Beckett, Compañía y Malone muere: los mismos, aclara, se utilizaron como disparadores no como sustento dramático. De todas formas, consciente o no, la obra recupera diversos elementos recurrentes en la producción beckettiana. En Compañía de Silveira vale destacar tres. El primero, el recurso del dúo como eje dramático de la obra. L y J (a través del cuerpo de Lucía Naser y Juan Manuel Noblía), hacen acordar a los múltiples dúos beckettianos como Winnie y Willie (Los días feclices), Vladimir y Estragón (Esperando a Godot) o Hamm y Clov (Fin de partida) y la cuestión siempre latente en ellos de una existencia en común que discurre entre la comprobación de la distancia insalvable con “el otro” y la posibilidad constante del encuentro. En segundo lugar, la repetición como recurso escénico: en el objetivo de cada personaje, en el lenguaje utilizado, en la construcción escénica de la obra en general (quizás el mejor ejemplo es el momento en que los bailarines, luego de transcurrida la mitad de la obra, a través de una elaboración coreográfica que apela a los movimientos anteriores despojados de texto logran un “efecto repetición” clave para el desenlace de la misma). Por último la búsqueda del gesto sintético, ese movimiento, surgido del cuerpo pero encastrado perfectamente en el desarrollo de la obra que dice, explica y sugiere. Si hay que buscar un punto débil, sería el propio texto y la significación de dichas palabras en el decir de los bailarines (quizás el elemento más “teatral” de la obra). Lo paradójico aquí entonces es: esta armónica coordinación con la narrativa dramática beckettiana, ¿no desdibuja las fronteras de la danza?

Bailo, luego existo
Luego de la última función en la Zavala Muniz en abril tuvo lugar un debate entre el equipo de Compañía y los concurrentes. En esta instancia el público luchó con la directora, con la intensión de confirmar que existía una historia en Compañía, que todos habían viso personajes y un principio, desarrollo y final, cosa que parece no abundar en los espectáculos de danza nacionales. Y fue lanzada la preguntan que secundaba a dicha “confirmación”: ¿por qué es danza y no teatro? La directora, argumentó no preocuparse por tal distinción y defendió su procedencia: la obra fue pensada, creada y ejecutada por “gente de danza”, por lo tanto todas estas etapas parten de un lenguaje y de códigos propios de dicha disciplina. Si bien, coincido con que la obra si plantea una historia, los bailarines danzan investidos en claros personajes y el espectáculo conduce al espectador por  un camino hilvanado y coherente (y no creo que exista nada malo en todas estas cuestiones) no creo que sea necesario intentar etiquetar o desetiquetar este espectáculo, no hay ninguna necesidad de hacerlo y si la hubiera, creo que sobran etiquetas en el arte como para andar cercenando la creación y clasificándola como quién etiqueta bollones de mermelada. En este caso, los elementos utilizados, aquellos que se encuentran en las fronteras de la danza y el teatro y aquellos que no, potenciaron el lenguaje, refinaron la propuesta y el público fue “movido”. ¿Qué más? El código beckettiano fue transportado a la escena en clave de danza, de eso no hay duda: la historia fue contada a través de cuerpos de bailarines. “Por lo demás, cualquier vestigio de carne y conciencia le va bien y no merece seguirle la pista a la gente. Desde el momento en que todavía se trata de lo que suele llamarse un ser vivo no hay que engañarse, él es culpable (…)”***

Florencia Dansilio
* de S. Beckett, Compañía.
**A. Badiou, Beckett. El infatigable deseo. Arena Libros, Madrid, 2007
***S. Beckett, Malone muere
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Publicado originalmente en La Diaria 5/8/2010